Mi día a día en Madagascar, todavía está oscuro cuando me despierto entre los miembros de mi familia, bañado por la frescura de la mañana de junio. En las altas mesetas, la temperatura ronda los cero grados en esta temporada. Cojo mi manta, que también me sirve “lambá*” para el día. A pesar del frío, tengo que levantarme, volver a encender el fuego y preparar el desayuno para toda la familia.
Afuera reina la calma, no hay gato, mejor dicho, ni cebú. Los vecinos también están despiertos, pero permanecen al abrigo del calor relativo de sus modestas casas de barro con techos de paja.
Reavivo el fuego y mis hermanos y hermanas menores se levantan para disfrutar de su benéfico calor. Nos reunimos alrededor de la chimenea y preparo el “fácil”, una sopa de arroz a veces adornada con brèdes para darle más sabor.
Alrededor de las seis, el sol finalmente sale, envolviendo el pueblo en un velo espeso, una sutil mezcla de humo y niebla. Se escucha el bramido de los cebúes. La hora tan esperada del día finalmente ha sonado para toda la población aún entumecida.
Antes de dedicarse a sus actividades diarias, todos desayunan arroz. Los niños van a la escuela, los hombres van a los campos a desyerbar o cosechar, mientras que las mujeres terminan las tareas del hogar antes de unirse a los hombres. Solo los ancianos y los niños demasiado pequeños se quedan en el pueblo. Por mi parte, tengo la oportunidad de ir a la escuela.
Mi nombre es Hery, tengo 14 años, y así transcurre la mañana en mi país, muy lejos, un día a día en Madagascar.
*Lamba: Un gran trozo de tela usado por los malgaches como ropa y manta para la noche. También puede referirse a una tela más pequeña que usan las mujeres para adornarse con elegancia.
Esta historia matutina en mi país lejano evoca la tranquilidad y la sencillez de la vida cotidiana en Madagascar, donde los gestos familiares marcan el dias en la comunidad. Descubre las tradiciones, los paisajes y la riqueza cultural de esta cautivadora isla del Océano Índico.
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